Tumultus
pectoris: el espacio vital de las
afecciones en las Confesiones de
Agust’n.
îscar Vel‡squez
Universidad de Chile
El
mundo de los afecciones juega un papel fundamental en Agust’n, y una lectura de
las Confesiones en torno a su
manifestaci—n y relevancia puede aportar alguna clarificaci—n a la comprensi—n
del conjunto de la obra. De un modo muy general yo entiendo aqu’ por afecci—n
un estado de la mente de relativa permanencia, que posee un car‡cter espiritual
y se manifiesta sensiblemente a modo de sentimiento. Como la pasi—n, se
presenta por lo general con alteraci—n o perturbaci—n del ‡nimo. Agust’n
acostumbra hablar, al interior de la tradici—n antigua, de cuatro pasiones, a
saber, deseo, alegr’a, temor, tristeza (Conf.
X, 22); yo por mi parte entiendo por afecci—n un conjunto de especies
particulares de la pasi—n, que se caracteriza por mostrar una fuerte
interdependencia de lo espiritual y lo corporal. Por ejemplo, si la tristeza
produce llanto, o el temor angustia, ambos, el llanto y la angustia ser’an
afecciones. Veo por lo general en la afecci—n una actitud espiritual
relacionada con un objeto, que se hace presente en la circunstancia cambiante
de las diversas situaciones espec’ficas del ser humano; de all’ suele surgir un
sentimiento interior y personal, relacionado con bienes que se desean o males
que se busca evitar. Las afecciones suelen aparecer como una reacci—n del
esp’ritu ante esas circunstancias variables. Estoy tratando de hacer con esto
solo una distinci—n metodol—gica entre pasi—n y afecci—n, que espero me ayude a
discernir mejor ciertos aspectos que considero importantes de examinar. Agust’n
en general se limita a nombrar esos movimientos
del esp’ritu que los griegos llaman pathe,
y Cicer—n perturbationes, y hay
algunos, afirma, que las denominan affectiones
o affectus y otros, en sentido
amplio, passiones (Ciu. IX, 4, 1).
Estas
perturbationes, a su vez, que deseo
aqu’ relacionar m‡s estrechamente con situaciones concretas, y que se–alan una
Òagitaci—n de la menteÓ ante condiciones m‡s espec’ficas, y revelan en el ser
humano un estado de ÒincomodidadÓ no solo espiritual sino f’sico, tienen a
menudo el aspecto de una fuerte emoci—n. Es comprensible entonces que Agust’n,
que lee tambiŽn los acontecimientos pasados de su vida en una perspectiva
filos—fica neoplat—nica, al recordar lo que Žl llama sus Òmuy envilecidos
caminosÓ, se dirija a la divinidad y rememore c—mo ella lo volvi— a unir desde
la dispersi—n en que andaba desgarrado en pedazos, cuando, debido a que se
manten’a apartado de Dios, que es uno, se desvanec’a en la multiplicidad (colligens me a dispertione in qua frustatim
discissus sum, dum ab uno te auersus in multa euani, II, 1). Muchas de las
afecciones que aparecen descritas en las Confesiones
deber’an entenderse, en consecuencia, como expresiones sintom‡ticas de un
estado de ese malestar natural de un alma que lucha por alcanzar su salvaci—n
espiritual mediante un esfuerzo de recogimiento en la unidad de Dios. En
consecuencia, el tema de la pasi—n deber’a verse aqu’ al interior de la
din‡mica neoplat—nica de la dispersi—n y su lucha por la conversi—n hacia el
Dios unidad. Por eso que, desde la lejan’a de sus casi cincuenta a–os, Agust’n
ve por momentos incluso sus primeros a–os como un r’o que se aleja correntoso
de Dios. ÒComencŽ a hervir, dice, desgraciado de mi, siguiendo el ’mpetu de mi
propia corriente (fluxus mei, II, 4),
despuŽs de haberte abandonadoÓ. O el alejamiento desde el Dios refugium significa querer seguir los
propios caminos Òamando una fugitiva libertadÓ (III, 5). Pero hay fuerzas en el
hombre que tambiŽn lo invitan a la concentraci—n, al recogimiento, y as’ los
sentimientos humanos toman a veces la forma de verdaderas pulsaciones en el
coraz—n, como cuando Dios, por ejemplo, estimula (tu excitas, I, 1) al hombre a alabarle; o, cuando el mismo Agust’n
exhorta al hombre a referir todas las cosas a Dios, Òporque Žl las ha hecho,
dice, y no est‡ lejos, ya que no las hizo y se fue, sino que de Žl proceden y
en Žl est‡n. Pero mira. ÀD—nde est‡? ÀD—nde se siente la verdad? Est‡ en la
intimidad del coraz—n (intimus cordi est),
pero un coraz—n que se encuentra extraviado lejos de ƒlÓ (IV, 18).
Con
todo, la historia m‡s propia de esta investigaci—n comienza con un Agust’n que,
ya en Mil‡n el 384, determina abandonar a los treinta a–os la secta maniquea (Conf. V, 25). Durante nueve a–os hab’a
sido un oyente entre los maniqueos.
Ha llegado la madre a la ciudad y lo encuentra Òen un grande y severo peligro
por haber perdido la esperanza de seguir el rastro de la verdadÓ (desperatione indagandae ueritatis, Conf. VI, 1). Ahora bien, la bœsqueda de
la verdad en Agust’n va acompa–ada en Confessiones
de una profunda carga afectiva; y parece haber en su experiencia personal una
suerte de regla constante: y es que a partir de este tiempo de agitada
bœsqueda, las manifestaciones de inquietud espiritual, incluso de exasperaci—n,
van en aumento hasta alcanzar un cl’max. Este per’odo abarca sobre todo la
extensi—n de los libros VI, VII y VIII (en cuyo final se relata la famosa escena
del jard’n), aunque se puede decir que la obra en su totalidad, est‡ penetrada
de un sentimiento de tensi—n ya
anticipada magistralmente desde los mismos inicios del libro: ÒPorque nos
hiciste para ti e inquieto est‡ nuestro coraz—n mientras no descanse en tiÓ (Conf. I, 1). Habr‡ que pensar entonces
que, desde el punto de vista de esta exposici—n, toda la parte propiamente
autobiogr‡fica de Confessiones, es
decir, los libros I‑IX, son una exposici—n razonada de las vicisitudes de
un alma en busca de su verdad; y sobre todo, la relaci—n de sus conmociones
espirituales a lo largo de todo este accidentado trayecto. Pero en este caso,
m‡s que examinar lo que encontr—, es decir, el objeto de su bœsqueda, me
interesa —al interior del c—mo lo hizo— analizar quŽ le pasaba a
Agust’n mientras lo hac’a, y quŽ sentimientos experimentaba en el accionar
mismo de esta bœsqueda incesante. Agust’n mismo est‡ interesado en darnos
amplia informaci—n de ello. De ah’ que, como se ha hecho notar, m‡s que el
ejemplo de los estoicos, Agust’n encontr— en su propia experiencia pasional la
mejor fuente de sus an‡lisis de los estados de pasi—n del hombre (ÒSan Agust’n
no encontr— ni pudo encontrar en los escritos de los estoicos un estudio tan
sincero, tan profundo y tan completo de la vida pasional como el que Žl
escribi— observando y rese–ando la historia de su almaÓ, S. Huerta, El equilibrio pasional en la doctrina
estoica y en la de san Agust’n, Madrid 1945, p. 214). De ah’ que la
direcci—n entera de sus relatos en Confesiones,
que presentan el desgarramiento personal frente a dos —rdenes de tendencias, no
se desvanece en una suerte de apat’a estoica. Lo que el lector contempla es m‡s
bien un complejo, dram‡tico y sorprendente reagrupamiento de los afectos
espirituales en un nuevo y œnico rumbo. Para Agust’n eso solo fue posible
gracias al poder de la nueva verdad por Žl hallada; y la capacidad integradora
de esta se hace manifiesta cuando logra imponerse a la inteligencia y al deseo.
Solo as’, piensa Agust’n, el inquietum
cor logra aquietarse, porque esa verdad logr— transformar su estado de
perplejidad en una sola y dominante
gran tensi—n espiritual.
Si bien entonces Dios es el objeto
central de su propia historia, que se desarrolla como una suerte de
autobiograf’a intelectual, la indagaci—n describe una gradaci—n de vivencias
desde la inquietud inicial (inquietum)
a un alivio posterior de la ansiedad (requiescat);
porque los que buscan a Dios, juzga Agust’n, lo encuentran (quaerentes enim inueniunt, I, 1). De ah’
que, en la perspectiva de su propia obra literaria, Agust’n concibe su relato
como la descripci—n de una senda de vida (transiturum
me) en constante e intensa marcha entre una Òaflicci—nÓ (aegritudine) y una Òsanidad mentalÓ
acompa–ada de ÒcorduraÓ (sanitatem);
as’ es como reflexiona al recordar la seguridad de la madre en su conversi—n
futura, cuando ella reconoc’a en la persona de Ambrosio al hombre que lo hab’a
llevado desde el error inicial del manique’smo al presente estado de
fluctuaci—n, que oscilaba en dos direcciones, dice (ancipitem fluctuationem,
VI, 1). Ya es catecœmeno de la Iglesia cat—lica, en Mil‡n, y siente que su
madre lo ve, si no en posesi—n actual de la verdad, al menos arrebatado de las
manos de la falsedad en que estaba hasta hac’a poco (ueritatem me nondum adeptum sed falsitati iam ereptum, VI, 1).
Entre el nondum adeptum y el iam ereptum —Òyo no hab’a alcanzado
aœn la verdad pero ya hab’a logrado desprenderme de la falsedadÓ— se
demarca claramente un espacio: lo primero se–ala que aœn (verbo adipiscor) no se Òda alcanceÓ, no se
ÒconsigueÓ esa verdad que se inquiere, lo segundo indica que Žl ya hab’a sido separado, no sin cierta
violencia (eripio), de aquellas
opiniones. El verbo eripio muestra
precisamente algo que se hace con fuerza y rapidez, de ah’ su sentido de
ÒrescatarÓ, o con uno m‡s activo, ÒescaparÓ, de aquellas creencias que lo
manten’an atado.
Queda
delimitado en consecuencia en el relato de Agust’n un intervalo existencial,
una entidad espiritual fundada en una suerte de objeto intencional llamado
verdad. No sabr’a explicar la consistencia de esa realidad que Žl imagina como
un espacio, quiz‡ una distancia vital, pero s’ se puede decir que ella entra en
actividad cuando Agust’n deja definitivamente de creer en la doctrina maniquea,
y comienza un per’odo de inquisici—n acerca del Dios de la verdad cat—lica.
Llamo intervalo, entonces, es decir distancia, a ese espacio espiritual de
tiempo en ebullici—n, a esa duraci—n inquieta de intimidad, que coincide con su
partida del manique’smo y que culmina en su conversi—n definitiva descrita en
la escena del jard’n. Agust’n ve estas experiencias desde una distancia de al
menos trece a–os, si consideramos que las Confesiones
fueron escritas entre los a–os 397 y 401, y los acontecimientos que narra se sitœan
entre los a–os 384‑387. Ve
por tanto estos sucesos desde la posici—n de quien est‡ convencido de haber
hallado en el Verbo de Dios la verdad, y en consecuencia, la calma, la paz
espiritual. No es que las pasiones y los afectos, las emociones y los sentimientos
hayan terminado; pero las Confesiones
est‡n construidas teniendo en cuenta este per’odo de especial estado de
agitaci—n interior, en que la certeza sobre la verdad se encuentra oscurecida,
o la acci—n paralizada.
La
bœsqueda de la verdad, sin embargo, toma en un momento la forma de una
indagaci—n sobre Dios y el problema del mal. En Confessiones VII, 11 Agust’n ya cre’a, y los Òo’dosÓ de Dios,
cuenta Žl, escuchaban los ÒgemidosÓ que proven’an de sus ÒtorturasÓ. Y esos
gemidos eran proferidos in silentio.
Mientras inquir’a intensamente, fortiter,
la bœsqueda se transformaba en uoces
dirigidas a Dios y en Òmudas afliccionesÓ: ÒTœ sab’as lo que padec’a (patiebar), y nadie de los hombresÓ; es
decir, el despliegue de la pasi—n y el afecto se hac’a œnicamente ante la
presencia de Dios, solo testigo de esa conciencia (VII, 11). Y se pregunta si
todo este Òtumulto de su almaÓ (tumultus
animae) podr’a resonar ante ellos, cuando ni el paso del tiempo ni la
palabra eran suficientes. El tumultus
revela la Òconmoci—nÓ, el Òestado de confusi—nÓ, la Òperturbaci—n mentalÓ que
agita el alma de Agust’n.
Ahora
bien, se habla mucho de la importancia que tiene en la pasi—n la Òvoluntad
rectaÓ, que en Agust’n es el Òamor buenoÓ (Ciu.
XIV, 7, 2). Pero en Confessiones estas
experiencias personales dicen relaci—n, en un primer espacio de tiempo, con el
hallazgo de una verdad, y luego, con la decisi—n de un alma que determina
seguir una vida de perfecci—n espiritual en concordancia con esa verdad. Las
dudas en esta Žpoca, una vez establecida su adhesi—n al Dios verdad, (Òya
pose’a efectivamente la certezaÓ, VIII, 11), permanecen aœn en su esp’ritu a
modo de una Òvacilaci—nÓ (cunctatio,
VIII, 20) que se expresa como una indecisi—n y retraso en adoptar un gŽnero de
vida de mayor perfecci—n espiritual. Su alma es presa de la ÒansiedadÓ (aestibus). De ah’ que, la duda frente a
la verdad tiene que ser superada por una nueva actividad del esp’ritu, la
conversi—n al Dios verdad en sentido estricto, que es la superaci—n total de la duda: omnes dubitationis tenebrae, VIII, 29. La dubitatio, entonces, es en Agust’n una realidad compleja, que
supone —en esta visi—n retrospectiva de un alma que camina
dificultosamente a su sanaci—n— la existencia primera de una etapa de
ÒincertidumbreÓ frente a la verdad, y en segundo lugar, una fase de
Òvacilaci—nÓ con respecto a la acci—n (VIII, 29). As’, esta dubitatio se presenta en la historia
personal de Agust’n como un elemento vital clave del que surgen multitud de
afecciones. En cierta medida es la
reproducci—n existencial del gran tema plat—nico de la theor’a y la praxis, y a
estas alturas Agust’n siente que no es suficiente la contemplaci—n de la
verdad. El paso hacia la acci—n, en esas circunstancias, se le presenta como
una exigencia inherente a su aceptaci—n de la nueva verdad, a saber, como una
conversi—n a un modo superior de vida de perfecci—n interior. De ah’ que, segœn
creo, el texto de Confessiones VIII,
19 que examinarŽ a continuaci—n, se–ala el inicio de la crisis final y el
preludio de su sanaci—n.
Este
p‡rrafo no versa directamente sobre una uoluntas,
pero parece conveniente decir algo sobre este punto. Es la palabra clave para
expresar el deseo en Confessiones, y
juega un papel fundamental en este paso tan importante de la teor’a a la
acci—n. En otros contextos puede se–alar, por ejemplo, el ÒconsentimientoÓ
humano de permanecer con Dios: es la bona
uoluntas (Ciu. 12, 9); pero en Confessiones por lo general es la
palabra para el ÒdeseoÓ, sobre todo el que expresa una disposici—n de escoger;
de ah’ que a menudo aquel ÒdeseoÓ vaya acompa–ado del sentido de Òelecci—nÓ,
Òopci—nÓ. De eso se trata muy especialmente en estos momentos cruciales de la
obra, es decir, de hacer una elecci—n que exprese la intenci—n deliberada de
inclinarse por el bien que se considera superior, y vencer la tendencia de un
deseo hacia un bien considerado inferior, que tiende a impedirla. Hay entonces
dos ÒvoluntadesÓ (duae uoluntates,
VIII, 10), o varias; pero el alma es solo una: Òanimam unam diversis uoluntatibus
aestuareÓ (VIII, 23). As’, la uoluntas
o las uoluntates (nondum diuersae uoluntates distendunt cor
hominis?, VIII, 24) crean una suerte de espacio interior en que se juegan
las tendencias fundamentales del hombre. No tendr’a entonces el sentido estricto
que, por ejemplo, puede tener en Sto. Tom‡s, de una facultad trascendental
apetitiva, aunque el Aquinate usa tambiŽn uoluntas
en este sentido cl‡sico de deseo como sin—nimo de appetitus, o simplemente como deseo en general.
En esas circunstancias, la Ògran
contienda de la casa interiorÓ (VIII, 19) se da en consecuencia con respecto al
deseo, y es una uoluntas que expresa
esa inclinaci—n fundamental del hombre hacia su Creador. Pero aquello que
desea, eso humano en lo cual se dan todas estas contiendas no es en una uoluntas sino en el cor,
el Òcoraz—nÓ, esp’ritu, inteligencia. La lucha llega entonces al cor, en Žl se realiza finalmente de
manera decisiva, y en Žl se pierde o se gana definitivamente cuando una
determinaci—n trascendental como la actual est‡ en juego: ÒEn aquel gran
combate de mi casa interior que yo hab’a provocado contra mi alma, en nuestro
dormitorio (in cubiculo nostro), en
mi coraz—n (corde meo), alterado tanto en mi expresi—n
como en mi mente me precipito sobre AlipioÓ (VIII, 19). El combate es contra su
anima, es decir, su Òalma afectivaÓ,
su ÒdeseoÓ (Cf. Blaise, DLF), y el estado de conmoci—n tiene al cor como centro (y ese es el
ÒdormitorioÓ de la casa), que compromete asimismo al conjunto corporal y
espiritual, el rostro y la mente. Un aestus
lo mueve a apartarse de su amigo Alipio, es decir, una Òconmoci—nÓ, una
ÒansiedadÓ causada por un estado de furia apasionada, que compromete cuerpo y
mente. As’, incluso en este caso el sonido de su voz no era el acostumbrado. Se
retira entonces a un peque–o jard’n (hortulus)
de la estancia donde se alojaban. Hasta ah’ lo acompa–a Alipio, ÒÀPod’a Žl
abandonarme, dice, cuando tan afectado estaba?Ó (me sic affectum). Es digno de notar c—mo las figuras del yo‑habitaci—n
se entrelazan con las descripciones de la angustia de Agust’n y sus movimientos
en la residencia. Mientras m‡s cerca se est‡ del desenlace de la crisis, m‡s
remoto y escondido, ab aedibus, es el
lugar o los espacios en que se producen los pasos del drama (surrexi ab Alipio/secessi remotius/sub quadam
fici arbore straui, VIII, 28). Este espaciamiento inversamente proporcional
culmina junto a la higuera. Por eso momentos antes, cerca de Alipio, en el hortulus, Agust’n afirma que Òla
conmoci—n del pecho (tumultus pectoris)
me hab’a arrastrado hasta donde nadie pudiera impedir el ardiente conflicto (ardentem litem) que hab’a emprendido
conmigo mismo, hasta que se alejara del modo que tu sab’as pero que yo
ignorabaÓ(VIII, 19). El sentido de tumultus
(cf. tumeo: hinchar, inflarse, estar
inflamado de una pasi—n o inquietud) revela esa Òperturbaci—n espiritualÓ,
aquella Òagitaci—n apasionadaÓ que al momento le posee, y que encuentra su
espacio vital y expresivo en el pectus.
El lat’n de todas las edades se–al— con pectus,
m‡s all‡ de su sentido concreto, el asiento de las emociones y las cualidades
morales, y quiso adem‡s significar el alma, la personalidad, con inclusi—n de
sus aspectos emocionales y racionales (cf. Oxford Latin Dictionary, entradas 3,
4). Los dos tŽrminos, entonces, cor y
pectus conforman un conjunto que hace
m‡s manifiesto el desarrollo de una difusi—n de sentimientos morales en el ser
humano, y revela esa vertiginosa y creciente movilidad de los afectos que rodea
sobre todo las œltimas p‡ginas del libro VIII, que culmina con la escena del
jard’n del hospitium de Mil‡n. Las
afecciones, as’, aumentan y parecen hincharse a medida que se acerca la
resoluci—n de la crisis; pero finalmente retroceden y poco a poco se aquietan.
Y si bien siguen all’, se hayan dominadas y encauzadas por la intensa
determinaci—n de un alma, que siente haber hallado la quietud en el Ser que lo
hizo para Žl.
Ponencia presentada en el X Congreso Latinoamericano de Filosof’a
Medieval, ÒDe las pasiones en la Filosof’a MedievalÓ, Santiago de Chile, 19‑22
de abril, 2005.