Qu confiesan las Confesiones?

 

Oscar Velsquez

 

T eres el nico objeto de la escritura y su nico contenido.

                                               La confesin de Agustn

Jean‑Franois Lyotard

 

            A mediados del siglo III de nuestra era, en Roma, un filsofo de procedencia egipcia no quera saber nada de pintores ni escultores. La razn: pareca avergonzado de estar en un cuerpo. El sabio era Plotino; y habindole pedido su principal colaborador, Amelio, que se prestase para un retrato suyo, se neg, considerando que ya era mucho sobrellevar la imagen, la efigie (idolon) que nos envuelve para aadir a esta, el idolon de un idolon.[1] Carterio, que as se llamaba el mejor de los pintores de su tiempo, con la complicidad de Amelio, y mientras se haca pasar por devoto estudiante, lo observaba con detencin para poder captar mentalmente sus rasgos de la forma ms parecida posible. Esta fue tal vez la causa de la existencia, en la tradicin occidental, de diversos bustos que se suponan de Plotino, si bien uno, el ms famoso de hecho entre aquellos, se encuentra en el museo Ostiense, del antiguo puerto de Roma Ostia tiberina. Las proporciones clsicas de perfeccin ideal han desaparecido de ese rostro, que conserva sin embargo una impresionante nobleza, toda espiritual, como volcada en su mirada a la contemplacin interior de espectculos mucho ms bellos que los ojos de la carne jams hubieran podido contemplar. Las Confesiones son la obra ms plotiniana de Agustn, pero reflejan los dramticos cambios que, en el transcurso de un siglo se haban suscitado en l y en el mundo a su alrededor.[2] El gran pensador pagano dejaba una herencia ambivalente: la interioridad, espacio inteligible del hombre en que la divinidad poda ser hallada, continuaba conservando su lugar esencial; la desvalorizacin de la efigie y la forma exterior, en cambio, junto a ciertos sentimientos encontrados acerca de la individualidad, habra hecho imposible realizar un retrato como el que Agustn realiza de s mismo en Confessiones. Podra resultar chocante hablar demasiado de s mismo, por mucho que ya para Agustn los acontecimientos personales podan reflejar, con sorprendente lucidez, todo ese mundo espiritual en que se supona habitaba la divinidad.

Agustn emprende as la tarea de escribir sus Confesiones ca. el 397, a los cuarenta y tres aos. Diez haban transcurrido de su bautismo a manos de Ambrosio en Miln, de la renuncia a su ctedra de retrica y del regreso a esa misma ciudad desde su retiro en Cassiciacum. Viva ahora en el activo puerto de Hipona y haca dos que era obispo, y desde el ao anterior –a la muerte de Valerio– ocupaba en plenitud la sede episcopal de la ciudad. Seis aos antes haba llegado a Hipona, para ver a un amigo (segn cuenta mucho ms tarde)[3]; y aqu, dice, me apresaron, fui hecho sacerdote, y as llegu al grado del episcopado. Muy probablemente tres aos despus, hacia el 400, su trabajo estaba totalmente terminado. La iglesia donatista, por otra parte, mantiene an su vigor en esta ltima dcada del siglo IV en gran parte del frica centro‑occidental, es decir, en Numidia, frica proconsular y Bizacena, de modo que en estos primeros aos de su labor episcopal el cisma de la Iglesia ser un motivo para l de continua preocupacin no solo pastoral sino tambin intelectual y poltica. En esas circunstancias, uno se puede preguntar cules pudieron haber sido las razones para emprender la confeccin de una obra tan singular despus de los impecables dilogos filosficos escritos en Italia entre el 386‑388, y sus primeros libros religiosos escritos en frica a partir de su retorno a Cartago ese mismo ao, y a Tagaste, su ciudad natal. Por mucho que estos dilogos revelan una agudeza intelectual y filosfica de primera magnitud, ellos se enmarcan perfectamente en la tradicin del dilogo socrtico naturalizado por Cicern en la mentalidad latina. Muy pronto, ya en Hipona como presbtero, habr de terminar su quiz ltima obra propiamente filosfica, de libero arbritrio II‑III (391), y aumentarn sus tratados sobre las Escrituras sagradas. Hasta el ao del inicio de sus Confesiones, por consiguiente, Agustn ha completado no solo obras importantes de carcter filosfico, exegtico, doctrinal y  apologtico –en este ltimo caso especialmente contra la secta maniquea– sino tambin ha iniciado la confeccin de libros importantes que, en algunos casos le tomarn ms de veinte aos, como las Enarrationes in Psalmos (392‑420), de doctrina christiana (396‑426) y de Trinitate, su obra maestra de inspiracin teolgica (399‑419). Como un dato significativo se puede ver que coinciden con las Confesiones obras de carcter antimaniqueo (aparte de otras escritas a fines de la dcada anterior) como Contra epistolam quam uocant fundamenti (396), Contra Faustum Manichaeum (397‑398), Contra Felicem Manichaeum (398), de natura Boni contra Manichaeos (399) y Contra Secundinum Manichaeum (399). La contemporaneidad de estos escritos con la redaccin de sus Confesiones revela al menos que una de sus principales preocupaciones durante esta poca de su vida estaba en la polmica en contra de las antiguas creencias maniqueas. Las ideas de la secta lo mantuvieron sujeto durante nueve aos; y sus arduos esfuerzos por liberarse de ellas repercute an en su presente como parte de un pasado con el que es preciso ponerse de acuerdo.

            Porque uno de los aspectos distintivos que es posible discernir como determinante en este complejo libro est la intensidad de la bsqueda por reconciliarse con el tiempo anterior. No es un libro de meras reminiscencias sino una vuelta a un pasado vital, y en cuya lectura, como afirma Peter Brown: uno constantemente experimenta la tensin entre el entonces del joven y el ahora del obispo.[4]  Y uno se puede razonablemente preguntar acerca de los motivos profundos que lo indujeron finalmente a la confeccin de la obra, debido a la novedad impresionante del carcter del escrito. Mucho se ha comentado sobre posibles antecedentes literarios a esta suerte de autobiografa intelectual; y se han hallado ciertas memorias ya en tiempos romanos, en que el temperamento de muchos de sus prohombres se caracterizaba por ese sentido de lo concreto y por una voluntariosa capacidad de cultivar lo personal. Ya en el siglo IV a. C. Evgoras de Iscrates y Agesilao de Jenofonte surgen como una forma autnoma de biografa con antecedentes en el enkomion retrico y la literatura socrtica. De aqu se puede decir que hay un desarrollo constante de la biografa, que en forma especial continu evolucionando en los siglos inmediatamente anteriores a los de Agustn, y que se cultivaba con acabada perfeccin; y se puede mencionar tambin una lnea hagiogrfica, tanto cristiana como pagana, donde destaca la notable vida de Plotino de Porfirio. No habra que olvidar, junto a estas vidas de santos los relatos mismos de los Evangelios en cuanto vidas de Jess, que narran sus dichos y sus hechos. Ni debera pasar inadvertido a un lector atento el que las Confesiones tienen en su germen precisamente el modelo de los Evangelios, si reducimos la obra de Agustn a la situacin bsica de lo que all se dijo e hizo. Hay tambin aqu un descenso a las situaciones elementales de la vida, que revelan perodos de dolor y angustia, y un momento decisivo de resurreccin.[5] Por otra parte, a los textos y autores mencionados por los especialistas me parece pertinente aadir al historiador Salustio (86‑35 a. C), ya nombrado por Agustn en los dilogos de Cassiciacum como lectissimus pensator uerborum (selectsimo tasador de palabras) y muy admirado por l a lo largo de toda su vida.[6]  Me refiero en especial a los notables retratos biogrficos del Bellum Catilinae y el Bellum Iugurthinum, en que la profundidad psicolgica de los personajes adquiere un poder difcil de igualar en la literatura latina posterior.

            Es posible decir, en consecuencia, que los tiempos estn maduros en la civilizacin grecorromana para este giro decisivo de la biografa a la autobiografa, en que los esbozos anteriores, frente a la slida consistencia de las Confesiones adquieren, en palabras de Pierre de Labriolle, un carcter demasiado fragmentario.[7] Por eso que la pregunta, en primer lugar, de porqu unas Confesiones, y qu lo que ellas confiesan cobra mayor complejidad debido al carcter singular del suceso. Los mismos contemporneos lo vieron as. La respuesta, sin embargo, no podr tener las caractersticas de un resultado preciso, siendo ella la consecuencia de numerosos condicionamientos que van de lo social, cultural y poltico hasta lo ms ntimo y personal. Mi esfuerzo entonces se debe encaminar siguiendo solo algunas sendas que permitan clarificar aspectos esenciales del problema.

            Una confessio en el latn clsico significaba reconocimiento, admisin, en especial, en detrimento de uno mismo; de ah que tomara tambin el sentido de admisin de culpabilidad. En tiempos cristianos, en especial en perodos de persecucin, se trat de una confesin de fe cristiana delante de una corte; y asimil los sentidos de la ejxomolovghsi de la Septuaginta y el NT, como confesin de una falta y, en un sentido tambin muy propio de la Escritura, como accin de gracias. En Agustn se refleja claramente ese desarrollo de la lengua latina bajo el influjo cristiano y la Biblia griega, de modo que la palabra confessio manifiesta dos sentidos valiosos para nuestra encuesta, a saber, confesin de los pecados y reconocimiento de la fe en Dios. Esta ltima idea lleva implcito un sentido antes desconocido de la lengua clsica, por el que, mediante una confessio se seala una accin de reconocimiento de la grandeza de Dios. De ah, finalmente, se llega a alabanza, que es producto de un sentimiento de gratitud.[8] Al final de su vida, en sus Revisiones Agustn afirma que Los trece libros de mis Confesiones alaban al Dios justo y bueno tanto por mis buenas como por mis malas acciones, e impulsan hacia l el entendimiento humano y el afecto.[9].

            Ahora bien, este breve recorrido etimolgico y semntico nos proporciona solo una pauta; la verdadera bsqueda debe entonces comenzar, puesto que los estudiosos han planteado como respuesta general a estos asuntos la posibilidad de que Agustn escribi este libro tan singular con la intencin de hacer una apologa de su propia vida. Despus de pertenecer por nueve aos a la secta maniquea y luchar posteriormente en forma creciente contra el cisma donatista en frica, l se haba transformado en el ms formidable defensor de la ortodoxia catlica y en un enemigo de muchos hombres influyentes en toda la provincia. Es comprensible que haya sido as, y de hecho fue as, pues fue acusado por los donatistas de ser todava un maniqueo, y por los maniqueos de haber dejado su iglesia por temor a la persecucin estatal.[10] En mi intento por sintetizar lo ms posible esta presentacin y enderezarla hacia los temas que me interesa discutir, me parece evidente que las Confesiones tienen poco de una apologia pro vita sua, habiendo un claro contraste en este caso con la obra apologtica ms importante de todas las de Agustn, la Ciudad de Dios. Nuestro autor es un agudo polemista, y me parece indudable de que si se tratara en primer lugar de una defensa de s mismo, el tono personal de ella no habra tomado desde el inicio el carcter de una plegaria continua a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo; ni hubiera presentado aspectos que l consideraba oscuros de su propia vida con tan brillante sinceridad. Otra cosa es que se puede perfectamente entender que Agustn es consciente de los efectos positivos que sus relatos podan tener sobre todo ante un lector catlico y predispuesto a la simpata. Sera entonces difcil de entender la ingenuidad de culparse a s mismo de muchas faltas, ante el resultado previsible de tantos adversarios y enemigos que habran de utilizar las confesiones de su autor como evidencias en su contra.

            Mas cerca, entonces, de una posible explicacin podra estar la idea de considerar las Confesiones como un acto de terapia personal. El enfermo busca la restitucin de su salud mediante la palabra que pone al descubierto la culpa. Queda en consecuencia expuesta la enfermedad, que en buena medida consiste en que, est all encubierto pero en potencia aquello cuya sola presencia daa el alma. El instrumento que puede sanar es la palabra, que cuenta y hace manifiesto aquello o parte de aquello que corroe internamente la conciencia; y lo que Agustn al parecer intenta es descargar en este caso una ansiedad que est presente en el corazn al modo de una dissipatio (Conf. VIII, 22).

 

Cuando yo reflexionaba, dice, cmo podra ya servir al Seor mi Dios del modo que tena dispuesto haca tiempo, era yo quien quera, yo quien no quera, yo, era yo. Ni del todo quera, ni del todo no quera. Por eso luchaba conmigo mismo y me disociaba (dissipabar) de m mismo, y aunque esta misma disociacin (dissipatio) se produca a pesar mo, no exhiba la caracterstica de otra persona, sino el castigo de la ma.

            La enfermedad est en esa dissipatio, que se manifiesta de hecho al modo de una dubitatio (que en este caso, ya convertido a la fe catlica, es duda ante la accin). Son los momentos previos a la escena del jardn de Miln. Esta voluntad dividida l la ha percibido justamente como una enfermedad, una aegritudo animi (VIII, 21). Ella se muestra adems cual perturbacin de la mente, una ansiedad (aestus meus, VIII, 19; aestibus), en medio de una disputa ardiente (19) del alma consigo misma. Se debe tener presente, sin embargo, que si este es un acto de terapia espiritual, l parece realizarse prcticamente sin articulacin de la voz sino con palabras interiores dirigidas a s mismo y a la divinidad. Son los gestos sin embargo los que abundan, las lgrimas, el tumulto de una controversia in corde (27). En el desenlace (exitum, 27) de este acto de purificacin decisiva, eso que l considera su miseria (28) es literalmente extrada (traxit, 28) y acumulada (congessit) ante el propio Agustn desde un fondo secreto, ntimo (a fundo arcano), por la accin de un examen o mirada profunda (alta consideratio) de s mismo.[11] Esa intensa consideratio alcanza hasta las entretelas del cor y rescata desde el abismo esa suerte de tiniebla escondida all. Esta miseria, en latn, es en castellano afliccin, pena (o porqu no, miseria) y simboliza al mismo tiempo la causa y el efecto enquistado; y en ese estar all de aquello consiste la condicin aflictiva de su alma.

            No trato aqu el tema de cmo Agustn supera su crisis final en la lectura del texto de San Pablo, que toma inmediatamente despus del tolle, lege del jardn. Me interesa ms ahora el desarrollo de la enfermedad misma, del desasosiego interior y de los medios de curacin. En este sentido se puede decir en general que hay una cierta continuidad entre la accin mdica del Salvador, y la virtud medicinal de la Sagrada escritura.[12] Este es un punto, entre otros muchos que puede inspirar una investigacin sobre todo en este texto esencial de las Confesiones. El mero encuentro entre los ojos que miran y el texto sagrado que ante esa mirada se manifiesta, es ya para Agustn un motivo de certeza, una seal indudable de la voluntad del Creador. Pero Jess sana: medicus es, aeger sum; misericors es, miser sum (X, 39). Esta frase sintetiza un punto medular. Agustn confiesa y se reconoce enfermo ante Dios y conoce su misericordia; pero la salud espiritual que busca mediante la terapia de la confesin l sabe ahora que se logra obrando la verdad en el corazn, delante de Dios, que es la verdad. No solo en s mismo como s mismo, ni delante de otro, ni ante un experto. Ah est la diferencia con una mera explicacin psicolgica del relato. El texto es inequvoco al dirigirse a la divinidad: Porque mira! t amaste la verdad, ya que quien realiza la verdad viene hacia la luz. Yo quiero realizarla en mi corazn delante de ti en mi confesin, y tambin en mi acto de escribir delante de numerosos testigos (X, 1). La confesin, en consecuencia, tiene claramente dos momentos que se yuxtaponen y fortalecen el uno al otro. Lo que va quedando entonces de manifiesto son al menos dos cosas: algo que se hace (a) in confessione, es decir, que Agustn confiesa a Dios una enfermedad que alguna vez tuvo y de la que por gracia del mismo Dios san. Ese fue un asunto de l con Dios, con l, con la Verdad en ese entonces, y entr en relacin con lo divino en un intenso dilogo interior (y cuyo aprendizaje inicial, conviene recordar, le fue proporcionado por su lectura de los libri platonicorum). Fue un acto de confesin, y de gratitud y alabanza. Y, luego, algo que se realiza (b) in stilo, es decir, su confesin en la accin de escribir, es decir, en el libro que l escribe, por el que manifiesta a muchos otros, varios aos despus, esos acontecimientos vividos. El primero es el antes, el segundo, el ahora. Es adems un acto de confesin, de reconocimiento de su miseria, de su recuperacin y gratitud.

            No es, por consiguiente, un mero tema de introspeccin psicolgica. En el encuentro con Dios Verdad est el origen de su recuperacin. Este encuentro se expresa como un descubrimiento, como un hallazgo, que precede y conduce a un conocimiento de la divinidad. Es un acto de inteleccin superior del espritu humano, una iniciacin augural, el momento del despliegue de la revelacin en el alma de la presencia de una relacin entre el hombre y Dios, que permaneca all, en la memoria, como olvidada antes, pero recobrada: Porque donde encontr la verdad all encontr a mi Dios la verdad misma, de la que no me he olvidado desde que la hall.[13] Es una memoria que permanece (manes/ubi manes) en el hombre mismo, en su espritu; y all parece ser donde se realiza el acto de salud, pues Agustn relaciona el hecho de que Dios permanece en la memoria (manes in memoria mea), a que Dios le ha dado su misericordia dirigiendo la mirada a su pobreza (ibid.). He aqu entonces que Dios est dentro (intus eras), y para sanar, el hombre debe estar tambin volcado en forma intensional hacia dentro, no hacia fuera, puesto que debe estar all donde Dios toca, inflama y da la paz: me tocaste, dice, y me hall inflamado en tu paz (X, 38).

            Las Confesiones, entonces, integran vitalmente el pasado al presente, cosa que hace posible una compenetracin natural entre la confesin y la alabanza, los dos extremos semnticos de la confessio. Agustn en consecuencia confiesa quin fue, cmo vivi y cmo se hall en cierto momento con la Verdad, Jesucristo; pero la confessio de Agustn tiende un arco vital entre el ayer y el hoy, ante la presencia eterna de ese Dios que ahora alaba en el hacer mismo del relato. De ah que la confessio as entendida supone una concepcin espiritual de un tiempo fundado en el yo, en cuyo interior hay una suerte de espacio de eternidad en que mora lo divino. Tiempo del yo, duracin espiritual, vida. Eso donde es posible el encuentro es in te supra me (X, 37). La frase completa dice: Dnde te encontr por tanto de modo que pudiera conocerte, sino en ti antes de m?. Entiendo antes, a diferencia de intrpretes que traducen el supra espacialmente, sobre m. Porque qu significado puede tener el hablar de dimensin en un texto en que se niega el espacio?; y el ut, adems, es de modo que, no un para que. Supra, entonces, es aqu temporal, earlier, y Henry Chadwick lo entiende bien, before.[14] Es all donde el antes y el ahora se funden en la experiencia vital del hallazgo. Y no hay lugar, agrega, como si dijera, entre t y nosotros, en esta experiencia espiritual, ya que nos alejamos y nos acercamos: sin que haya en ninguna parte lugar (X, 37).

Ahora bien, la confesin de Agustn se hace antes que nada y en forma esencial tacite ante la presencia de Dios (in conspectu tuo, X, 2); una confesin en que el abismo de la consciencia humana es el espacio espiritual en que se oculta lo que aqu se confiesa (X, 1). Se declara ante Dios lo que la divinidad ya conoce, por eso que este acto de reconocimiento va acompaado de oracin y alabanza. En segundo lugar, l se confiesa a Dios, ahora, para que escuchen los hombres, dice, a quienes no puedo probar, si es verdadero lo que confieso, pero me creen aquellos a quienes la caridad abri sus odos (X, 3). Ms adelante, a fines del libro dcimo, se hace presente un tema que me hubiera gustado revisar, el de la mentira (mendacium, X, 66), puesto que ella repercute en la esencia misma de una confesin que se hace, especialmente aqu, ante Jesucristo, Verdad, el nico mediador verdadero. Qu puede confesar quien no confiesa la verdad? La palabra del hombre puede ser engaosa: Por eso te perd, dice, porque t no toleras que se te pueda poseer junto con la mentira (ibid.). Se confiesa mentiroso, pero el mediador levanta, y como un mdico sana los languores, es decir, los decaimientos de nimo, las depresiones, en cuanto ellas expresan un estado de abatimiento fsico y moral. Pero, adems, este estado de languidez deja al descubierto la incertidumbre del alma. Conjetura con acierto Lyotard al poner en boca de Agustn la siguiente consideracin: Bajo tus ojos me he convertido a m mismo en una interrogacin, y es esto, esta languidez, languor, lo que ahora soy.[15] Est Agustn expresando sentimientos pretritos o presentes en estos pasos de sus Confesiones? Ambos, dira yo, en especial por el uso de verbos en presente sobre situaciones que se prolongan desde el pasado. Y reforzando este sentimiento, mientras se dirige al Padre sobre el Mediador que siempre intercede por nosotros, dice: Sin eso perdera la esperanza; porque mis estados de abatimiento (languores) son grandes, son numerosos y grandes, pero tu medicina es mayor (X, 69).[16]  La esperanza seala una posibilidad abierta hacia una recuperacin futura.

La conclusin de este libro X est estrechamente relacionada con el siguiente, como lo ha sealado M. Pellegrino,[17] sobre todo por el tema comn de la confessio scientiae et ignorantiae. Ahora bien, era en el libro X donde Agustn pareca referirse quiz con mayor claridad sobre el sentido de sus confesiones. El punto estaba en la verdad (magistralmente relacionado con el tema de la mentira, planteado tambin en el mismo libro). Es por la verdad por la que confiesa; y puesto que Dios es la verdad, confesndose con la Verdad mediante un dilogo con el Dios que vive en su propia alma, realiza en su interior la salud que busca. Tal vez fue preciso contar de nuevo, ms de diez aos despus, la historia de este encuentro vital con su propia interioridad, en la medida que Agustn juzg necesario manifestarlo ahora a los dems por ciertas razones que l mismo seala en un paso crucial de la obra, cuando concluida la fase propiamente biogrfica y personal entre los libros IX y X, al iniciar en el libro XI sus meditaciones sobre los primeros versculos del Gnesis, dice:

 

Se puede decir, Seor, que puesto que es tuya la eternidad ignoras lo que te digo, o ves en el tiempo lo que sucede en el tiempo? A qu vienen las narraciones detalladas de tantos acontecimientos? Por cierto que no para que los conozcas por m, sino que levanto hacia ti mi afecto y el de aquellos que los leen, para que todos digamos: grande eres Seor, y muy digno de alabanza. Ya lo dije y lo dir: hago esto por el amor de tu amor . . . Manifestamos as nuestro afecto hacia ti hacindote la confesin de nuestras aflicciones y de tus misericordias sobre nosotros . . . Mira como narr muchas cosas, las que pude y las que quise, porque t quisiste primero que te confesara, Seor Dios mo. . . (XI, 1).

Se expresa as de nuevo la relacin eternidad tiempo. Mediante el dilogo del alma con Dios y la relacin  de sus miserias, y sus alabanzas dichas por su salvacin, se ven los objetivos de su confesin personal: Agustn manifiesta haberse sanado en un tiempo anterior, y se siente confirmado al presente en su salud mediante el relato y la escritura que ha logrado realizar. Y si el lector a su vez se edifica con sus palabras, parece indicar, que Dios sea entonces alabado, puesto que ese es el objetivo ltimo de su confesin.

 

Clase inaugural del ao acadmico 2004

Facultad de Filosofa

Pontificia Universidad Catlica de Chile

 



[1] Porfirio, Vita Plotini 1. 9.

[2] P. Brown, Augustine of Hippo, London 1967, p. 168: The Confessions, indeed, are the high‑watermark of Augustines absorption of the Enneads: in them, he will talk the language of his master with greater conviction and artistry than in any other of his works. But all this has been transformed.

[3] Apprehensus, presbyter factus sum; Sermn 355, 2 pronunciado en Hipona el ao 425.

[4] P. Brown, Augustine of Hippo A Biography, London 1967, p. 164.

[5] Confesiones VIII, 29: Surrexi

[6] Ver  H. Hagendahl, Augustine and the Latin Classics, Goteborg 1967, p. 636.

[7] P. de Labriolle, Saint Augustin Confessiones tome I, Paris 1969, p. VIII.

[8] Aut enim in laude intelligitur confessio. . . aut dum quisque confitetur sua peccata. . .cujus indeficiens est misericordia, Isidoro de Sevilla Etim.. 6. 19. 75, G. W. H. Lampe A Patristic Greek Lexicon, Oxford 1978 (1961).

[9] Oeuvres de Saint Augustin 12 Opuscules, Retractationum Liber II, VI, 1, edicin bilinge por G. Bardy, Bibliothque Augustinienne, Paris 1950, p. 460.

[10] Su vida tambin corri peligro. Ver, Vida de San Agustn escrita por Posidio, BAC Madrid 1969, pp. 319–321.

[11]  Henry Chadwick traduce justamente consideratio como self‑examination en Saint Augustine Confessions Oxford University Press 1991 p. 152.

[12] Samuel Fernndez Eyzaguirre Cristo Mdico, segn Orgenes La actividad mdica como metfora de la accin divina, Roma 1999, p. 277

[13] Ubi enim inueni ueritatem ibi inueni deum meum ipsam ueritatem, quam ex quo didici non sum oblitus, Confessiones X, 35.

[14] H. Chadwick, Saint Augustine Confessions, Oxford University Press, 1991, p. 201.

[15] Jean‑Franois Lyotard, La confesin de Agustn, versin espaola, Buenos Aires/Madrid, 2002, p. 90; cf. Ibid. p. 45, postracin. Agradezco a la Profesora Giannina Burlando el haberme advertido sobre este bello libro de Lyotard.

[16] Confessiones 10, 69: Alioquin desperarem. Multi enim et magni sunt idem languores, multi sunt et magni; sed amplior est medicina tua.

[17] M. Pellegrino, Les Confessions de S. Augustin, p. 233.