Oscar Velsquez
En
los primeros tres captulos de las Confesiones
estn contenidos lo que sugiero llamar los principios estructurales de toda la
obra. El punto de partida, me parece, est en una cierta concepcin del hombre,
la que, a su vez, se fundamenta en ideas concretas –profundamente
relacionadas entre s– acerca del mundo y de Dios. No es un libro sobre
Dios, sino en primer lugar acerca del hombre en su relacin con lo divino.[1] Y as como
Platn eligi dilogos para tratar ciertos temas, o discursos para tratar
otros, Agustn utiliza aqu su propia biografa para reflexionar acerca del
destino superior del ser humano y su naturaleza trascendente. Mi intencin no
es hablar de los objetivos, sino de algunas de estas estructuras doctrinarias
que sostienen el edificio de la obra. Puesto que fue hecho para Dios, el corazn del hombre est inquieto
mientras no descansa en l. Pero el hombre es una porcin particular de la
creacin (aliqua portio creaturae tuae,
Conf, I, 1). Entre la inquietud y el
descanso est la bsqueda del que desea conocer y comprender aquello, y el modo
elegido aqu es buscarlo invocndolo, e invocarlo creyendo (quaeram teinuocans te et inuocem te credens in te, I, 1).[2] El modo
invocatorio, entonces, es parte de su decisin literaria de realizar una confessio laudis. que, ms que una
autobiografa, es para su autor un modo de ilustrar las relaciones entre el
hombre y Dios..[3]
Pero
ese Dios que se busca en algn lugar (locus)
del hombre, es el que hizo el cielo y la tierra, en cuyo interior –in quibus– est, a su vez, este
mismo hombre. Es decir, la relacin del hombre con ese Dios que l busca
conocer –y que de hecho tiene lugar en el corazn– se realiza en ntima conexin con ese mundo creado
del cual l mismo es una parcela (et in quibus me fecisti, I, 2). Y puesto
que nada sera sin ese Dios, el ser humano tampoco podra ser: por tanto no
sera, Dios mo, de ningn modo sera si no fueses en m; o mejor, yo no sera
si no fuese en ti (I, 2). As, entonces, desde el inicio de las Confesiones hay un cierto tertium quid que debe ser tenido siempre
en consideracin, y este es el mundo en cuanto ser creado.
En
esas circunstancias, es preciso determinar mejor el campo de este estudio. Este
retorno pudo estar relacionado con el tema del ascenso espiritual, a la manera
de la contemplacin de Ostia; o con la memoria; o examinar las correspondencias
entre la eternidad y el tiempo. Todos ellos son sujetos perfectamente vlidos
para una investigacin de este tipo; pero como deseo revisar estos asuntos en
los libros XI-XIII de Confessiones,
en vez de hablar de creacin en general me interesa examinar, en primer lugar,
una naturaleza aparentemente extraa, creada
en el principio, sin la cual el
estudio de lo segundo, es decir, del hombre, corre el riesgo de perder su
verdadera dimensin. Creacin, por tanto, para decirlo brevemente, es aqu , el
cielo del cielo, una creatura aliqua
intellectualis que, sin ser coeterna
con Dios, es, con todo, partcipe de
su eternidad; ella modera su
mutabilidad, dice Agustn, en razn de la dulzura de tu bienaventurada
contemplacin, y, sin desfallecer desde que fue hecha, adhirindose a ti, se
aparta de toda la voluble alternativa de los tiempos (Conf. XII, 9). Es el cielo cristiano, que surge de la
interpretacin del cielo bblico sine
commemoratione dierum (XII, 16); y si bien es una sabidura creada (XII,
20), se asemeja al Nos plotiniano, en cuanto ella refleja la luminosidad del
Uno y la contempla (Enn. V, 3, 8, V, 8, 4, 35-38; cf. Les Confessions, BA,
Introduction et Notes par A. Solignac, p. 595). No es una creacin material,
sino un reino inteligible de la mente; y, como afirma Henry Chadwick, su
cielo del cielo es, como el alma del mundo en Porfirio (Sententiae 30), creada, pero contemplando eternamente lo divino
(Saint Augustin, Confessions, Oxford
1991, p. 250).
Esta es, en consecuencia, una naturaleza intelectual, que es luz mediante la contemplacin de la luz (XII, 20), y una suerte de espacio inteligible, donde no hay tiempo, porque ella, dice, es capaz de ver siempre tu faz y jams se aparta de ella, que hace que no vare por ningn cambio (XII, 21). Es morada de Dios en lo creado, casa de Dios no terrena, dice Agustn, ni proveniente de ninguna masa corprea celeste sino espiritual, y partcipe de tu eternidad, porque es sin defecto por la eternidad(XII, 19). La presencia en la creacin de un principio de perfeccin inteligible, que supera la vicisitud de los tiempos, y que se revela como la Jerusaln, patria futura de la peregrinatio humana, es, a mi juicio, un punto altamente significativo. La intensidad espiritual del relato de una vida, la vida de Agustn, que alcanza su culminacin en la historia de su conversin intelectual y moral, se manifiesta ahora con una mayor nitidez, cuando enmarcado por el horizonte de una figura paradigmtica, la creatura intellectualis. De un modo anlogo a como el caelum caeli emerge de la separacin primigenia del acto creador, y goza de la eternidad e invariabilidad de Dios (XII, 15), as, refiere San Agustn, hay otra realidad carente de tiempo, pero informe. De ella, como de una materia primera surge el cielo y la tierra visibles, y est sealada en la Escritura como la tierra visible y desorganizada, y las tinieblas que estaban sobre el abismo. Dios no deja que lo informe quede en ese estado, sino que de all ha de surgir la creacin visible, que l distingue del cielo sine diebus (XII, 16).
Quedan entonces, claramente representadas estas dos realidades primordiales invisibles –que son parte esencial de la creacin–, una intelligibilis y otra informis. La inteligible, como casa de Dios espiritual, es la figura acabada del regreso al creador de toda criatura, y, por consiguiente, es la morada de la vocacin espiritual del mundo visible, en el orden impuesto por Dios. As como el mundo se adhiere a Dios a travs de aquella criatura, as tambin el hombre, que est llamado a habitar en la casa de Dios todos los da de su vida. La materia informe, de donde proviene el mundo visible, revela la capacidad de ese mismo hombre de volverse hacia lo dismil y de convertirse en tinieblas. Tengo para m que Agustn est hablando de este espacio espiritual cuando exclama:
Oh Verdad, luz de mi corazn, no dejes que hablen mis tinieblas! Me inclin hacia las cosas de este mundo y me oscurec; pero desde all, incluso desde all te am grandemente. Err y me acord de ti. Escuch tu voz detrs de m, para que regresara, y apenas lo o por el tumulto de los sin paz. Y ahora, he aqu que regreso, lleno de amor y anhelante hacia tu manantial (XII, 10).
El lector quiz puede fcilmente pensar que Agustn est orando a Cristo, la Verdad; pero la fons de la que ahora habla y a la cual invoca, es un desarrollo natural del prrafo anterior, en que se ha referido al cielo del cielo como una cierta criatura intelectual, y ha dicho adems que este es particeps aeternitis tuae. Es totalmente razonable que esta realidad, que est ntimamente adherida a Dios desde el momento mismo de la creacin, inhaerendo tibi, sea el espacio legtimo de regreso y plenitud espiritual del hombre.
As entonces, las vicisitudes del individuo, encuentran ahora en la gesta creadora del mundo y su constitucin sensible e inteligible, un marco adecuado de comprensin. Este caelum intellectuale (XII, 16) es representado en ciertos momentos con acentos de gran fuerza lrica:
Casa luminosa y bella; am tu hermosura y el lugar de la habitacin de la gloria de mi Seor, tu hacedor y poseedor. Que mi peregrinacin suspire por ti; y le digo a quien te hizo, que me posea tambin a m en ti, porque l tambin me hizo. Err como oveja perdida, pero en los hombros de mi pastor, tu constructor, tengo la esperanza de ser devuelto a ti (XII, 21).
Aqu est de nuevo
representada toda la historia de Agustn, ahora fuertemente comprometida con
una visin csmica e inteligible. Dos expresiones de este pasaje me parecen
claramente decisivas. La primera, que es una invocacin hecha a travs del Creador
de la creatura intellectualis: Ut
possideat et me in te. La Casa es el modelo creado del lugar en el que se
espera habitar junto a Dios; y, la segunda, spero me reportari tibi, es
decir, la plegaria de Agustn sintetiza su doctrina del regreso de la criatura
humana hacia Dios, como un reintegro hacia la regin celeste espiritual. Entre
el Dios Verbo y el hombre, y como intermediario supremo de la creacin, este
lugar inteligible es la habitacin de la sabidura creada.
En
esas circunstancias, espero que sea tambin posible encontrar razones
adicionales en relacin con la unidad de las Confesiones en estos ltimos libros. Desde el libro XI tenemos una
meditacin sobre la Escritura, en especial del in principio fecit Deus, la que se contina en el libro XII. Ahora
bien, parece que la idea de Agustn es mostrar cmo el hombre experimenta de
algn modo tambin en la temporalidad de su vida, los acontecimientos de la
creacin, y vive entre el abismo de
una informis materies, donde casi no
haba orden alguno (XII, 22) –si bien procede de Dios–, y una
forma celeste perfecta en la que aspira a vivir en el futuro. De esa materia
surgen los cielos y los das mediante el Verbo, y se puede decir que el hombre
vive entre una indigentia que no era
totalmente nada (non omnino nihil erat, ibid.) y a la que
solo restat converti ad eum (XIII, 5), y una plenitudo propia de la bondad divina del Creador. De esas figuras
surge, entonces, una comprensin mayor, creo, de las vicisitudes de esa vida
que Agustn ha querido narrar, la suya propia. Hay una vocatio divina –una llamada
que invita– en la gesta creadora. De ella proviene esta beata creatura, elevada sobre todo lo mudable sin ningn intervalo de
tiempo (XIII, 11). Pero adems, esa vocatio
tiene en nosotros su correspondiente, pues para nosotros, dice, fue en
momentos distintos de tiempo en que fuimos tinieblas y llegamos a ser luz
(ibid.). Y se puede ver que la invitacin para volver a Dios est desde el
principio presente en esa realidad que, aade, fue llamada a ser luz por una
conversin hacia la luz inagotable.
Hay,
en consecuencia, una clara analoga entre la conversin del alma hacia la luz
de la verdad, y la gesta creadora del inicio. Mi alma –dice en Confessiones XIII, 15– todava
est triste, porque vuelve a caer y se hace abismo, incluso siente todava que
es abismo. Se estn produciendo ahora sutiles referencias que indican las
relaciones profundas en que se mueve la totalidad de la historia de esa alma.
Agustn reconstruye ahora su pasado a la luz del espectculo de la creacin; y
revisa ante el teatro del mundo incluso, creo yo, la escena del Jardn. En
efecto, mientras est hablando del firmamento de tu libro (XIII, 16); y a
propsito de los cielos, obra de tus
dedos (Ps 8,4), y de la sabidura que
se da a los nios (Ps 18, 8), considera que no hay otros libros que
destruyan la soberbia y a quien resiste y
defiende sus pecados. Y aade: no haba conocido otros orculos tan
castos que me persuadieran a hacer tu confesin y a someter mi cabeza a tu yugo
y que me invitaran a servirte gratuitamente (ibid.). Orculos castos, puesto que fue precisamente la castidad la que el
Apstol le recomendaba en el Jardn. Veo, por otra parte, en la referencia a la boca de los nios una figura de lo dicho
por esa voz de nio o nia en el mismo Jardn; pero ahora Agustn est hablando
de esa regin intelectual, la cual tambin puede leerse como un libro, segn
dice. All los ngeles leen sin las slabas de los tiempos la voluntad
divina. Ellos leen, eligen y aman (XIII, 18), tal como l en el Jardn, ante
el libro santo, dice, lo tom, lo abr y le (VIII, 29). Y tal como en el
Jardn hay un codex de la Escritura
(ut aperirem codicem et legerem), as, la criatura
intellectualis, residencia de la sabidura creada, es ella misma un codex; y de un modo semejante, acerca
del cielo del cielo que los ngeles
contemplan, afirma, no se cierra su cdice ni se pliega su libro (XIII, 18).
Ya
en los inicios del libro XIII, Agustn muestra un ejemplo relevante de su modo
indirecto de hacer autobiografa en sus tres ltimos libros de Confessiones, como sugera, abandonando
su estilo habitual de hacer una suerte de psicologa profunda; y penetrando en
ese mundo invisible e inteligible, cargado de alegoras, como es este cielo
espiritual. Jung pudo haber sacado algn provecho de una lectura como la que
propongo. En Confessiones XIII,1,
Agustn ha iniciado una nueva invocacin que pone de manifiesto, a mi juicio,
los ecos de los momentos culminantes de su conversin. Dios se anticip,
piensa, y lo apremi, incrementando con voces de todo tipo, dice, para que yo
escuchara desde lejos y me convirtiera, para que yo, a quien t estabas
llamando, te invocara a ti (ut audirem
de longinquo et converterem et uocantem me inuocarem te). No s si exagero
al ver aqu una clara alusin biogrfica precisamente a esos momentos
cruciales, vistos ahora a la luz del espectculo de la creacin. Deca Agustn
en VII, 16: et clamasti de longinquo, y luego, et audiui; y esa verdad en
la que ahora, en este momento culminante cree, es la que, se hace visible a la
inteligencia a travs de la creacin. Y Dios clama de longinquo porque Agustn siente hallarse muy lejos, en la regio dissimilitudinis; mientras la voz
de Dios se escucha de excelso (VII,
16). Ahora, en el ltimo libro de su obra, la creatura spiritalis, se nos dice, es convertida (conuerteretur) hacia s misma por el
mismo Verbo, por el que ha sido hecha; y ha sido iluminada por l para hacerla
luz (XIII, 3). Su adhesin al bien no le permite perder, apartndose de Dios,
la luz que ha recibido. La analoga de Agustn nos pone nuevamente en el camino
de lo que estoy examinando. Frente a la situacin descrita, una clara frase
conectiva establece la relacin creatura spiritalis, y homo:
Porque tambin nosotros, dice, que somos por el alma una criatura espiritual,
cuando nos hemos apartado de ti, nuestra luz, fuimos en esta vida alguna vez tinieblas, y estamos
sufriendo entre los restos de nuestra oscuridad hasta que seamos tu justicia en tu Unignito, como las montaas de Dios; puesto que
hemos sido tus castigos, as como
fuimos un abismo profundo (XIII, 3).
Lo que en los libros sobre su conversin ms propiamente biogrficos, como los
VII-IX, aparece como un intento de descripcin de tipo psicolgico del estado
de su vida, ahora, en los libros XI-XIII, sus comentarios sobre la creacin le
llevan, por decir as, a poner ese lenguaje personal en un nuevo nivel, acorde
con los nuevos objetos cosmolgicos e inteligibles presentes en su relato. Es
el mundo como representacin de la manifestacin ms verdadera de su Verbo, en
la que el hombre y las complejidades de su existencia estn tambin incluidas.
La vida de Agustn no hara otra cosa, salvo la libertad y el albedro, que ser
un ejemplo particular de ese drama de la creacin en los inicios, en la que
incluso la misma gracia se juega su eficacia. Pero resulta que ese material, la
creacin, estaba de hecho integrado desde el comienzo ntimamente al relato, y
las claves de interpretacin
parecen hacerse manifiestas casi naturalmente a estas alturas de la historia.
As,
entonces, se hace necesario revisar una frase crucial, que debera mostrar
adicionalmente esta perspectiva: Pondus
meum amor meus: mi peso es mi amor, por l soy llevado a donde quiera que
soy llevado. Por un don tuyo somos inflamados y llevados hacia arriba; somos
incendiados y partimos (XIII,10). Resulta que aqu la explicacin del amor no
es psicolgica sino csmica; y si bien esto no se ha dejado de advertir, no se
han sacado, creo, las verdaderas consecuencias. En primer lugar, no es una
descripcin del amor, sino del peso, del que se dice unas lneas ms arriba que
no solo impulsa hacia abajo, sino al lugar que es propio; y as, mi peso, que
es entonces lo que me impulsa al lugar propio, eso es mi amor. Ahora bien,
aquello hacia lo que somos impulsados y hacia lo que vamos es, como dice en
seguida Agustn, la paz de Jerusaln, que es la casa del Seor, y que es una de las figuras usadas por Agustn para
referirse a la creatura spiritalis.
La conversin de esta criatura se produce nullo
intervallo temporis, mientras que en momentos distintos fuimos tinieblas y
llegamos a ser luz (XIII, 11). Entre las tinieblas y la luz se desarrolla
precisamente la historia de esa conversin que es la suya propia.
Pienso ahora, que esa luz inmutable que Agustn vio cuando
entr en su interior, dice referencia a esta misma realidad. Es una luz ms
clara, ms grande, superior (VII, 16). Es una luz que es manifestacin de la verdad
–no la verdad misma– en el hombre interior, de modo que, quien
conoce la verdad, la conoce a ella, y el que la conoce, conoce la eternidad
(ibid.). Es la verdad que se percibe –deja en claro Agustn– por
la inteligencia de las cosas creadas (ibid.), lo que significa que esta luz
dice relacin con esa realidad inteligible creada de la que hemos estado
hablando. Y ms an, parece que incluso ciertos aspectos de la Visin de Ostia
sealan un encuentro precisamente con esta realidad, puesto que aquello que se toca all apenas toto ictu cordis es esa regin de la abundancia inagotable ut attingeremus regionem ubertatis
indeficientis (IX, 23). No es casual, me parece, que se diga que la vida
all es la sabidura, a pesar de
que en esta descripcin se desliza un aeterna est, que, me parece, deja una
cierta duda sobre si Agustn distingue aqu claramente entre sabidura creada e
increada. Pero es evidente que en algn momento –me refiero ahora a los
libros finales de las Confesiones–
como el mismo Agustn afirma, aquella criatura inteligible no es coeterna con
Dios, pero es una realidad que,
siendo siempre presente a ti, dice, se te adhiere con todo el afecto, no
teniendo un futuro que esperar ni un trayecto que recorrer hacia un pasado que
se recuerde, ni sufre vicisitud alguna de variacin, ni distensin en el
tiempo (XII, 12). Vuelto hacia el inicio en que Dios cre todas las cosas,
Agustn parece querer superar el recuerdo y superar el tiempo; pudo entrar en
su interior y encontrar all aquella luz solo en la medida en que, all, en los
confines de la creacin, en los inicios, estaba el proyecto inteligible de Dios
hecho realidad, sine diebus, antes
del comienzo del experimento humano.
scar Velsquez
Instituto de Filosofa
Pontificia Universidad Catlica de Chile
Artculo publicado en Teologa y Vida, vol XLIII (2002) pp. 397-402.
[1] En ese sentido el libro X de Confessiones resume lo que el libro en
su conjunto es: Un homme qui cherche la connaissance de Dieu et qui cherche la
connaissance de lui-mme, voil ce quest Augustin. Ces deux thmes
constituent les deux parties du livre X (Le
Confessioni di Agostino dHippona
Libri X-XIII (Commento di A. Solignac) Ed. Augustinus Palermo 1986, p. 15.
[2] De ah que se considera la inquietudo como otro elemento
fundamental del hombre y de la obra en su conjunto. En relacin con el primer
aspecto de este tema, L. F. Pizzolato deca: Linquietudo pertanto un costitutivo carattere deluomo, perch
il segno avvertibile del rapporto ontologico tra creatura e Dio (Le Confessioni di Agostino dHippona,
Libri I – II (Commento di L. F. Pizzolato) Palermo 1984 p. 14..
[3] Andr Mandouze, en Saint Augustin. Laventure de la raison et de la grce (p. 64)
haba dicho: Avant dՐtre une autobiographie, les Confessions constituent en effet une manire particulirement
directe dillustrer les rapports de Dieu et de lhomme. Pour ce thologien
doubl dun psychologue quest le rdacteur de louvrage, le cas Augustin
prsent avant tout comme introduction une anthropologie chrtienne, la
garantie de lauthenticit.